No es vegetariano, ni vegano, es climariano.

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No es vegetariano, ni vegano, es climariano. Es una de las nuevas palabras relacionadas con comida surgidas en este 2016: ‘climariano’. Identificada en un artículo del New York Times como una de las entradas top del diccionario gastronómico del año, el término se refiere a la dieta que trata de evitar el cambio climático. Esto requiere cumplir varios requisitos: que los alimentos sean locales (para reducir los gases de efecto invernadero en el transporte), que se escojan comidas con bajas emisiones (se puede comer carne, pero evitando la de res) y que no se tire comida.

No es vegetariano, ni vegano, es climariano.

Resumiendo: un climariano preferiría comer un taco de pollo a una hamburguesa de res, una arepa de pescado local en lugar de otra con queso y unas croquetas con cualquier resto que haya en la nevera antes que desperdiciar nada.

No es vegetariano, ni vegano, es climariano.

¿Demasiado complicado?

No es vegetariano, ni vegano, es climariano.

En el mundo ambiental no es raro que la gente opte por dietas vegetarianas (sin carne) o veganas (sin carne, leche, huevos o pescado) por los muchos impactos de estos productos o una especial ética hacia los animales. Ser climariano parece más flexible, pero por eso mismo también resulta más difícil a menudo saber qué hay que comer.

Por norma general, es verdad que los productos con más emisiones de efecto invernadero asociadas son los derivados animales (en especial, la carne de res). Como incide el Centro de Sistemas Sostenibles de la Universidad de Michigan, una ración de espárragos suponen unas 0.12 libras de CO2, un plato de pollo 0.47 libras, un zumo de naranja 0.72 libras, una porción de cerdo 0.95 libras, una cerveza 1.2 libras y un filete de carne de vaca 3.7 libras.

No es vegetariano, ni vegano, es climariano.

Sin embargo, el consumidor no lo tiene nada fácil, pues esta huella de carbono es una información estimativa que normalmente no aparece en las etiquetas de la comida y a veces no está tan claro que se cumpla la norma: ¿Qué es peor para el cambio climático: un bistec de una res local o una lata de espárragos enviada por avión? ¿Una fruta cultivada en la zona con calefacción en invernaderos o la misma producida en el campo en un país más lejano? ¿Un burrito o un arroz con pollo?

Para los que necesiten un método más sencillo, el Barilla Center for Food&Nutrition presentó hace un tiempo lo que denomina la doble pirámide de los alimentos. Tras estudiar desde el punto de vista ambiental cada tipo de comida (incluida su huella de carbono), este centro concluyó que la pirámide de los alimentos con más y menos impacto se corresponde prácticamente con la pirámide nutricional invertida. Es decir, que aquellos productos que hay que comer con más moderación para seguir una dieta sana son también por lo general los que tienen una mayor huella ambiental. Y, al revés, aquellos cuyo consumo está más recomendado son los que suponen un menor impacto para el medio ambiente. Si seguimos una dieta sana, es probable que escojamos también bien por el clima.

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